Durante semanas, el nombre de Sofía Ramírez, una “actriz argentina” de belleza deslumbrante y sonrisa magnética, se volvió tendencia en TikTok e Instagram. Sus clips detrás de cámaras, entrevistas y apariciones en supuestas campañas de moda acumulaban millones de reproducciones.
Pero había un detalle que nadie sospechó: Sofía nunca existió.
Detrás de la cuenta había un grupo de desarrolladores que usó modelos de inteligencia artificial generativa, capaces de crear rostros, voces y movimientos con un realismo inquietante. La IA incluso “aprendió” a imitar emociones y construir una personalidad coherente para cada publicación.
El engaño fue descubierto por un usuario que notó pequeñas inconsistencias en el parpadeo y los reflejos de los ojos en los videos. Tras analizar los metadatos, confirmó que los clips provenían de un software de creación sintética, no de una cámara real.
El caso reavivó el debate global sobre los límites éticos de la inteligencia artificial y la dificultad de distinguir entre lo real y lo fabricado. Expertos advierten que pronto veremos “influencers” y “artistas” completamente digitales, capaces de firmar contratos, dar entrevistas y mover millones sin ser humanos.
Según analistas, las empresas detrás de estos personajes buscan reducir costos y controlar al 100% la imagen de sus “celebridades virtuales”. Lo inquietante es que el público, fascinado por la perfección visual, muchas veces prefiere seguir a alguien que no existe.
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